Martin Luther King, Jr.[1] nació  en Atlanta, Estados Unidos, el 15 de enero de 1929. En conmemoración de esta  fecha, desde hace ya algunos años, en Estados Unidos se declara feriado el  tercer lunes de enero.
Su lucha contra las políticas segregacionistas de los estados del Sur, y  por los derechos civiles de la población negra en general, llevada a cabo en la  década del 50 y a principios de los años 60, es ampliamente conocida. Sus  discursos se hicieron famosos, en particular "Yo tengo un sueño", que pasó a ser  considerado una obra maestra de la retórica y que ha sido difundido hasta el  agotamiento. Su llamado a la resistencia no violenta le valió el Premio Nobel de  la Paz en 1964, así como la aprobación e incluso el elogio de la sociedad  estadounidense y su prensa, que en general consideraban que los estados del Sur  eran demasiado retrógrados. 
 Las cosas cambiarían a partir de 1967, cuando Martin Luther King comenzó a  ocuparse de la guerra de Vietnam. El sermón que se transcribe mas abajo, "Por  qué me opongo a la guerra en Vietnam" (Iglesia de Ebenezer, 30 de abril de  1967), fue denostado por la prensa estadounidense. El New York Times lo atacó en  un editorial titulado "El error del Dr. King": "Los hechos pueden ser duros,  pero no justifican semejantes calumnias...No hay respuestas simples ni fáciles  para la guerra de Vietnam ni para la injusticia racial en este país" El  ChicagoTribune publicó un editorial titulado "Martin Luther King se pasa de la  raya": "El empalagoso Reverendo Martin Luther King ha pasado a ser una molestia  para el movimiento por los derechos civiles desde que le fuera otorgado el  Premio Nobel de la Paz. Desde ese momento se ha especializado en hablar en un  tono olímpico, en vez de ocuparse de los aspectos prácticos del movimiento por  los derechos civiles." La revista Life llego a calificar su sermón de "calumnia  demagógica que suena como un guión para Radio Hanoi." 
 Este sermón volvió a ser de actualidad, aunque poco difundido, durante las  guerras de Iraq. Hoy lo es aún más, ya que Estados Unidos no sólo continua con  esa y otras aventuras, sino que ahora está gobernado por un presidente negro que  dice honrar el legado de Martin Luther King, y que también ha ganado el Premio  Nobel de la Paz. Luther King repitió este sermón en varias ocasiones durante  1967, a veces en forma de discurso, en diversos lugares del país. Fue asesinado  el 4 de abril de 1968. 
 Por qué me opongo a la guerra en Vietnam 
 En cierto sentido, mi sermón de esta mañana no es un sermón típico, pero  sigue siendo un sermón, sobre un asunto importante, porque el asunto que  discutiré hoy es uno de los mas controvertidos que debe enfrentar nuestra  nación. El tema sobre el que predicaré hoy es "Por qué me opongo a la guerra en  Vietnam". 
 Déjenme aclarar desde el principio que yo considero esta guerra una guerra  injusta, malvada y fútil. Mi sermón de hoy es sobre la guerra de Vietnam porque  mi conciencia no me deja otra opción. Ha llegado el momento de que América  escuche la verdad sobre esta trágica guerra. En los conflictos internacionales  es difícil llegar a la verdad, porque la mayor parte de las naciones se engañan  a sí mismas. Las racionalizaciones, así como la búsqueda incesante de chivos  expiatorios son las cataratas sicológicas que nos impiden ver nuestros pecados.  Pero ya han pasado los días del patriotismo superficial. Quienes conviven con la  falsedad viven una esclavitud espiritual. La libertad sigue siendo el premio que  recibimos por conocer la verdad. Jesús dijo: "Conocerán la verdad, y la verdad  os hará libres" Yo he elegido predicar hoy sobre la guerra en Vietnam, porque  estoy de acuerdo con Dante en que los lugares mas calientes del infierno están  reservados para aquellos que en una época de crisis moral mantienen su  neutralidad. Llega un momento en el que el silencio se convierte en traición  
 La verdad de estas palabras está más allá de toda duda, pero la misión que  nos impone es de las más difíciles. Incluso cuando las exigencias de verdad  interior se hacen acuciantes, los hombres no asumen fácilmente la tarea de  oponerse a las políticas de su gobierno, sobre todo en tiempos de guerra. Y  tampoco es sin grandes dificultades que el espíritu humano vence a la apatía del  pensamiento conformista, dentro de su propio pecho y del mundo que lo rodea. Es  más, cuando algunas cuestiones nos desconciertan, como ocurre con frecuencia en  el caso de este terrible conflicto, estamos siempre al borde de quedar  paralizados por la duda. Pero debemos avanzar. Algunos de nosotros, que ya hemos  comenzado a romper el silencio de la noche, hemos descubierto que el llamado a  hablar suele ser una vocación de agonía. Pero debemos hablar. Debemos hablar con  toda la humildad que corresponde a nuestra limitada visión, pero debemos hablar.  Y también debemos alegrarnos, porque en toda nuestra historia nunca ha habido un  disenso tan monumental del pueblo americano durante una guerra. 
 Las encuestas revelan que casi 15 millones de americanos se oponen  explícitamente a la guerra en Vietnam. Y hay millones adicionales que no se  atreven a apoyarla. E incluso aquellos millones que sí apoyan la guerra, están  desanimados, confundidos y llenos de dudas. Esto revela que millones han elegido  ir mas allá del cómodo patriotismo, hacia el terreno del disenso firme, basados  en los mandatos de su conciencia y en la lectura de la historia. Por supuesto,  una de las dificultades de hacerse oír en estos días es que algunos están  buscando equiparar el disenso con la deslealtad. Son días oscuros para nuestra  nación cuando las autoridades intentan usar todos sus medios para silenciar el  disenso. Pero algo esta ocurriendo, y no podrán callar a la gente. Pero la  verdad debe ser dicha, y yo digo que quienes buscan hacer creer que cualquiera  que se oponga a la guerra de Vietnam es un tonto o un traidor o un enemigo de  nuestros soldados está tomando posición contra lo mejor de nuestras tradiciones.  
 Sí, debemos tomar posición y alzar nuestra voz. En los últimos dos años he  tratado de romper la traición de mis propios silencios y hablar desde mi corazón  en llamas, al exigir que se detuviera radicalmente la destrucción de Vietnam.  Muchos me cuestionaron el haber tomado este camino. La pregunta que domina el  centro de sus preocupaciones es: "¿Por qué está hablando sobre la guerra Dr.  King? ¿Por qué se une a las voces que disienten?" Según ellos, la paz y los  derechos civiles no deben mezclarse. Pero esta mañana yo les hablo sobre este  asunto, porque estoy a resuelto a tomar en serio el Evangelio. Y vengo a mi  púlpito hoy a realizar un apasionado alegato a mi amada nación 
 Este sermón no esta dirigido a Hanoi o al Frente Nacional de Liberación. No  esta dirigido a China ni a Rusia. Ni tampoco es un intento de pasar por alto la  ambigüedad de toda la situación y la necesidad de una solución colectiva para la  tragedia de Vietnam. Ni tampoco es un intento de transformar a Vietnam del Norte  y al Frente Nacional de Liberación en modelos de virtud, ni tampoco de pasar por  alto el papel que deben jugar en una resolución exitosa del problema. Sin  embargo, esta mañana no deseo hablar con Hanoi ni con el Frente Nacional de  Liberación, sino mas bien a mis compatriotas, quienes tienen la mayor  responsabilidad, y que han entrado en un conflicto que ha costado caro a ambos  continentes. 
 Ahora bien, como soy un predicador por vocación, supongo que no sorprenderá  que tenga siete razones de peso para poner a Vietnam en el campo de mi visión  moral. Hay una conexión muy obvia y casi simplista entre la guerra de Vietnam y  la lucha que yo y otros venimos librando en América. Hace unos pocos años hubo  un momento de luz en esa lucha. Parecía que había una promesa real de esperanza  para los pobres, tanto blancos como negros, gracias al Programa contra la  Pobreza. Hubo experiencias, esperanzas, y nuevos comienzos. Pero luego llego el  incremento de tropas en Vietnam. Y vi el programa romperse como si fuera un  inútil juguete político de una sociedad enloquecida por la guerra. Y entonces  supe que América nunca invertiría los fondos necesarios para la rehabilitación  de sus pobres mientras aventuras como la de Vietnam siguieran absorbiendo  hombres y capacidades y dinero, como un tubo de succión demoníaco y destructivo.  Y puede que ustedes no lo sepan, amigos mios, pero se estima que gastamos 50000  dolares por cada soldado enemigo que matamos, mientras que se gastan solo 53  dolares en cada persona clasificada como pobre, y la mayor parte de esos 53  dolares van a salarios de personas que no son pobres. Por eso me he visto cada  vez mas obligado a considerar a la guerra como un enemigo de los pobres, y a  atacarla como tal. 
 Quizás el reconocimiento mas trágico de la realidad tuvo lugar cuando se me  hizo evidente que la guerra estaba haciendo mucho mas que aniquilar las  esperanzas de los pobres en nuestro país Estaba enviando a sus hermanos, sus  hijos y sus esposos a luchas y morir en una proporción extraordinariamente  grande en relación al resto de la población. Estábamos tomado a las jóvenes  negros, ya arruinados por la sociedad, y enviándolos a 8000 millas de aquí, para  garantizar en Asia del Este las libertades que no habían encontrado en Georgia o  en East Harlem. Nos hemos enfrentado entonces repetidamente a la ironía cruel de  ver en nuestras pantallas de TV a jóvenes negros y blancos matando y muriendo  juntos por una nación que no sido capaz de sentarlos juntos en la misma aula.  Los vemos en una solidaridad brutal, quemando juntos las chozas de una aldea  pobre. Pero nos damos cuenta de que no podrían vivir en la misma calle, en  Chicago o en Atlanta. Por eso, no puedo callarme frente a semejante manipulación  cruel de los pobres 
 Mi tercera razón me lleva a un nivel aun mas profundo de mi conciencia, pues  se origina en mi experiencia en los guetos del norte en los últimos tres años, y  especialmente los tres últimos veranos. Mientras caminaba entre los jóvenes  desesperados, rechazados y furiosos, les decía que los cócteles Molotov y los  rifles no resolverían sus problemas. Traté de ofrecerles mi compasión mas  profunda, manteniendo a la vez mi convicción de que la manera mas significativa  de llegar al cambio social es a través de la acción no violenta; pero ellos me  escriben y me preguntan "¿Y qué pasa con Vietnam?" Me preguntan si nuestra  nación no está usando dosis masivas de violencia para resolver sus problemas y  lograr los cambios que desea. Sus preguntas me causaron una gran impresión, y me  di cuenta de que nunca más podría alzar mi voz contra la violencia de los  oprimidos en los guetos si no le hablaba primero claramente al principal  proveedor de violencia en el mundo actual: mi propio gobierno. Por esos jóvenes,  por este gobierno, y por los cientos de miles que tiemblan ante nuestra  violencia, no puedo callarme. Ha habido muchos aplausos en los últimos años. Han  aplaudido a nuestro movimiento, y me han aplaudido a mi. América y la mayoría de  sus periódicos me aplaudieron en Montgomery. Me paré ante miles de negros que  estaban al borde de generar disturbios por una bomba puesta en mi casa, y les  dije: no podemos hacerlo así. Y nos aplaudieron cuando decidimos hacer sentadas  no violentas ante las cafeterías [1]. Nos aplaudieron cuando durante los Viajes  de la Libertad [2], recibimos golpes sin responderlos. Nos elogiaron en Albany y  Birmingham y Selma, Alabama. Y la prensa fue tan noble en su aplauso y tan noble  en su elogio cuando decíamos “No sean violentos con Bull Connor, y cuando  decíamos “No sean violentos con Jim Clark" [3]. Pero hay una inconsistencia  extraña cuando una nación y su prensa te elogian cuando dices "No sea violentos  con Jim Clark", pero te insultan y te maldicen cuando dices: "No sean violentos  con los pequeños niños vietnamitas." ¡Algo esta mal con esa prensa! 
 Como si el peso de este compromiso con la vida y la salud de América no fuera  suficiente, en 1964 se me impuso la carga de otra responsabilidad. Y no puedo  olvidar que el Premio Nobel de la Paz no es algo que simplemente ocurrió, sino  que fue un encargo--el encargo de trabajar más duro que nunca en mi vida por la  hermandad de los hombres. Y esto es una vocación que me lleva mas allá de mis  lealtades nacionales. Pero incluso si eso no estuviese presente, todavía tendría  que darle sentido a mi compromiso con el ministerio de Jesucristo. Para mi, la  relación entre este ministerio y la búsqueda de la paz es tan obvia que a veces  me sorprendo al escuchar a los que me preguntan por qué hablo en contra de la  guerra. ¿Puede ser que no sepan que las Buenas Nuevas están destinadas a todos  los hombres, comunistas y capitalistas, sus hijos y los nuestros, blancos y  negros, revolucionarios y conservadores? ¿Han olvidado que mi ministerio implica  obediencia a Aquel que amo a Sus enemigos tan completamente que murió por ellos?  Entonces, ¿qué puedo decirle a los vietcong, o a Mao, o a Castro, siendo un fiel  ministro de Jesucristo? ¿Puedo amenazarlos con la muerte, o debo mas bien  compartir mi vida con ellos? Finalmente, debo ser fiel a mi convicción de que  comparto con todos los hombres el llamado a ser el hijo del Dios viviente. Esta  vocación de ser hermanos, e hijos de Dios, esta más allá de la pertenencia a una  nación o credo. Y porque creo que nuestro Padre está profundamente preocupado  por sus hijos que sufren y están desprotegidos, vengo hoy a hablar por ellos. Y  cuando reflexiono sobre esta locura de Vietnam, y busco dentro de mi formas de  comprender y responder con compasión, pienso constantemente en la gente de esa  península. No estoy hablando de los soldados de ambos bandos, ni del gobierno  militar de Saigon, sino simplemente de la gente que hace ya más de tres décadas  sufre esta guerra. También pienso en ellos porque me resulta claro que no habrá  una verdadera solución a este conflicto hasta que haya algún intento de conocer  a esta gente y escuchar sus llantos 
 Pero déjenme contarles la verdad acerca de esto. Ellos deben ver a los  Americanos como libertadores bastante extraños. Se han dado ustedes cuenta de  que el pueblo vietnamita proclamo su independencia en 1945, después de una  ocupación conjunta de franceses y japoneses. Y esto ocurrió antes de la  revolución comunista en China. Su líder era Ho Chi Minh. Y esto es un hecho que  no es muy conocido: esta gente se declaró independiente en 1945 y, cuando  declararon su independencia de la ocupación extranjera citaron nuestra  Declaración de Independencia, y sin embargo nuestro gobierno se rehusó a  reconocerlos. El presidente Truman dijo que no estaban listos para ser  independientes. O sea que en ese momento fuimos víctimas, como nación, de la  misma mortal arrogancia que hace años esta envenenando la situación  internacional. Entonces Francia se decidió a reconquistar su antigua colonia. Y  lucharon ocho largos, duros y difíciles años tratando de reconquistar Vietnam.  ¿Y saben quién ayudó a Francia? Los Estados Unidos de América. Y llegó un punto  en el que estábamos pagando el ochenta por ciento de los costos de la guerra. E  incluso cuando Francia comenzó a perder su confianza en esta temeraria acción,  nosotros no lo hicimos. Y en 1954 se llevó a cabo una conferencia en Ginebra, y  se llegó a un acuerdo, porque los franceses habían sido derrotados en dien Bien  Phu. Pero incluso después de eso, de los acuerdos de Ginebra, nosotros no nos  detuvimos. Y debemos enfrentar el triste hecho de que nuestro gobierno buscó,  realmente, sabotear el acuerdo de Ginebra. Después de que los franceses fueron  derrotados, pareció que el acuerdo de Ginebra permitiría la independencia y la  reforma agraria. Pero llegaron los Estados Unidos, y comenzaron a apoyar a un  hombre llamado Diem, que resultó ser uno de los dictadores mas despiadados de la  historia del mundo. Decidió silenciar a toda la oposición. Quienes alzaban sus  voces contra las brutales políticas de Diem eran brutalmente asesinados. Y los  campesinos miraban horrorizados cómo Diem aniquilaba toda oposición. Los  campesinos veían también que todo esto era supervisado por la influencia de los  Estados Unidos y por las cada vez más numerosas tropas estadounidenses que  habían llegado para ayudar a eliminar la insurgencia que los métodos de Diem  habían generado. Deben haberse sentido felices cuando Diem fue derrocado, pero  la larga linea de dictadores militares no parecía ofrecer ningún cambio real,  especialmente en términos de sus necesidades de tierras y paz. ¿Y a quien  estamos apoyando hoy en Vietnam? A un hombre llamado general Ky [Vice Mariscal  aéreo Nguyen Cao Ky], que lucho con los franceses contra su propio pueblo, y que  en una ocasión dijo que su mayor héroe era Hitler. Este es el tipo a quien hoy  estamos apoyando en Vietnam. En general nuestro gobierno y la prensa no nos  hablan de estas cosas, pero Dios me dijo que se los contara esta mañana. La  verdad debe ser dicha. 
 El único cambio que vieron de parte de los Americanos fue el aumento del  compromiso de nuestras tropas con gobiernos singularmente corruptos, ineptos, y  sin apoyo popular, y mientras tanto la gente leía nuestros panfletos con las  habituales promesas de paz, democracia y reforma agraria. Ahora sufren bajo  nuestras bombas y nos consideran a nosotros como sus verdaderos enemigos, y no a  sus compatriotas. Caminan tristes y apáticos cuando son sacados de la tierra de  sus padres y conducidos a campos de concentración, donde las necesidades  sociales mínimas están casi siempre insatisfechas. Pero saben que deben irse o  serán destruidos por nuestras bombas. Y entonces se van, sobre todo las mujeres,  los ancianos y los niños. Y ven como envenenamos su agua mientras destruimos  millones de hectáreas de sus cosechas. Deben llorar cuando las topadoras rugen  en sus campos, preparándose a destruir sus valiosos arboles. Vagan entonces  hasta las ciudades, donde ven miles y miles de niños sin hogar, sin ropas,  corriendo por las calles en grupos, como animales. Ven cómo los niños son  maltratados por nuestros soldados, cuando ruegan por un poco de comida. Ven a  los niños venderles sus hermanas a nuestros soldados, y prostituyéndose por sus  madres. Hemos destruido sus dos instituciones mas preciadas: la familia y la  aldea. Hemos destruido su tierra y sus cosechas. Hemos cooperado en la  eliminación de la única fuerza política revolucionaria no comunista, la Iglesia  Budista Unida. Este es el papel que nuestra nación ha asumido, el papel de  quienes impiden las revoluciones pacíficas al negarse a renunciar a los  privilegios y placeres que resultan de las inmensas ganancias de las inversiones  en el extranjero. Estoy convencido de que si queremos estar del lado correcto de  la revolución mundial debemos, como nación, experimentar una revolución radical  en nuestros valores. Tenemos que comenzar a transformarnos, de una sociedad  orientada a las cosas a una sociedad orientada hacia las personas. Mientras  consideremos a las maquinas y las computadoras, a las ganancias y los derechos  de propiedad, mas importantes que la gente, sera imposible la conquista del  triplete gigante de racismo, militarismo y explotación económica 
 Una verdadera revolución de valores haría que pronto empezáramos a  cuestionarnos la justicia y equidad de muchas de nuestras políticas actuales.  Por un lado, estamos llamados a hacer de Buenos Samaritanos en los bordes del  camino de la vida, pero eso sera solo el principio. Un día llegaremos a ver que  todo el camino de Jericó debe cambiarse, para que hombres y mujeres no sean  constantemente golpeados y asaltados a lo largo de su viaje por las carreteras  de la vida. La verdadera compasión es más que tirarle una moneda un mendigo. Una  verdadera revolución de valores pronto verá con incomodidad y justa indignación  el evidente contraste entre riqueza y pobreza. Mirará más allá del mar y verá a  los capitalistas occidentales invirtiendo enormes sumas de dinero en Asia,  África y América del Sur, sólo para extraer ganancias, sin preocuparse por  mejorar las condiciones sociales de los países, y dirá: "Esto no es justo". Verá  nuestra alianza con los terratenientes de América Latina, y dirá: "Esto no es  justo". Verá que la arrogancia occidental de sentir que puede enseñarle todo a  los demás y no aprender nada de ellos no es justa. Verá el orden mundial y dirá  de la guerra: "Esta forma de resolver las diferencias no es justa". Este asunto  de quemar seres humanos con napalm, de llenar de viudas y huérfanos los hogares  de nuestra nación, de inyectar el veneno del odio en las venas de la gente, de  devolver a casa, desde los sangrientos campos de batalla, hombres mutilados y  alterados sicológicamente, no puede reconciliarse con la sabiduría, la justicia  y el amor. Una nación que año a año continua gastando más dinero en el  presupuesto militar que en programas sociales, se acerca a la muerte espiritual.  
 Ay amigos, si hay algo que debemos ver hoy, es que estos son tiempos  revolucionarios. En todo el planeta hay pueblos que se levantan contra los  viejos sistemas de explotación y opresión, y de las heridas del debilitado mundo  nacen nuevos sistemas de justicia e igualdad. Los descamisados y los descalzos  se están levantando como nunca antes. Quienes estaban en la oscuridad han visto  una gran luz. E inconscientemente dicen, como dice una de nuestras canciones de  libertad: "¡No dejare que nadie me engañe!" Es triste ver que, debido al  confort, a la complacencia, al morboso miedo al comunismo, y a nuestra tendencia  a adaptarnos a la injusticia, las naciones occidentales, que en gran medida  generaron el espíritu revolucionario del mundo moderno, ahora se hayan se hayan  transformado en archi-antirevolucionarias. Esto ha llevado a muchos a creer que  sólo el Marxismo tiene un espíritu revolucionario. Por eso, el comunismo  representa nuestra falla en crear una verdadera democracia, y en continuar las  revoluciones que iniciamos. Ahora, nuestra única esperanza radica en nuestra  habilidad de recapturar el espíritu revolucionario, y salir al mundo, a veces  hostil, declarando nuestra eterna hostilidad a la pobreza, al racismo, y al  militarismo. Con este compromiso desafiaremos valientemente al status quo,  desafiaremos las injustas costumbres, y gracias a esto adelantaremos el día en  que "todo valle sea alzado, y todo monte y collado se baje; y lo torcido se  enderece; y lo áspero se allane. Y la gloria del Señor se manifestará; y toda  carne juntamente la verá" 
 Al final, una genuina revolución de valores significa que nuestras lealtades  deben volverse ecuménicas, mas que parciales. Cada nación debe desarrollar una  lealtad superadora hacia la humanidad como un todo, para poder preservar lo  mejor de cada sociedad. Esta demanda de fraternidad universal, que eleve  nuestros interese mas allá de la propia tribu, raza, clase o nación, es en  realidad una demanda a todos los hombres de un amor incondicional, que lo  abarque todo. Este concepto, que frecuentemente es malentendido y  malinterpretado, y que tan rápidamente rechazan los Nietzches del mundo por  considerarlo una fuerza cobarde y débil, se ha transformado ahora en una  necesidad absoluta para la supervivencia de la raza humana. Y cuando hablo de  amor no estoy hablando de algo débil y sentimental, sino que estoy hablando de  esa fuerza que todas las religiones del mundo han considerado el principio de  vida supremo y unificador. El amor es la llave que abre la puerta a la realidad  última y definitiva. Esta creencia en una realidad última, común a hindúes,  musulmanes, cristianos, judíos y budistas, está bellamente resumida en la  primera epístola de Juan: "amémonos unos a otros, porque el amor es de Dios.  Todo aquel que ama es nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha  conocido a Dios, porque Dios es amor. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece  en nosotros y su amor se ha perfeccionado en nosotros." 
 Para terminar, dejenme decirles que me opongo a la guerra de Vietnam porque  amo a América. Alzo mi voz contra esta guerra, no enojado, sino con ansiedad y  pena en mi corazón y, sobre todo, con un deseo apasionado de ver a nuestra  nación erigirse en modelo de moral en el mundo. Alzo mi voz contra esta guerra  porque estoy decepcionado de América. Pero no puede haber una gran decepción  donde no hay también un gran amor. Estoy decepcionado por nuestro fracaso en  abordar en forma directa y positiva el triple mal del racismo, la explotación  económica y el militarismo. Estamos actualmente en un callejón sin salida que  puede llevarnos al desastre nacional. América se ha extraviado en el terreno del  racismo y del militarismo. El hogar que demasiados Americanos debieron abandonar  estaba sólidamente estructurado, en términos de ideales; sus pilares estaban  sólidamente afirmados en los conceptos de nuestra herencia judeo-cristiana.  Todos los hombres han sido hechos a imagen y semejanza de Dios. Todos los  hombres son hermanos. Todos los hombres son iguales. Todos los hombres son  herederos de un legado de dignidad y valor. Todos los hombres tienen derechos  que no son otorgados por un estado, ni se derivan de el, sino que son conferidos  por Dios. De una misma sangre, Dios hizo a todos los hombres para que vivan  juntos en la Tierra. ¡Qué cimientos maravillosos para una casa! ¡Qué lugar mas  glorioso y saludable para vivir! Pero América se ha extraviado, y su paseo no le  ha causado más que confusión y desconcierto. Ha dejado los corazones doloridos  por la culpa y las mentes distorsionadas por la irrealidad. 
 Es tiempo de que todos aquellos que tienen conciencia le pidan a America que  vuelva a casa. Vuelve a casa América. Omar Khayyam tiene razón: "El dedo  escribe, y habiendo escrito, sigue su movimiento" Convoco hoy a Washington.  Convoco a todos los hombres y mujeres de buena voluntad en América. Convoco a  los jóvenes americanos, que deben decidirse hoy a tomar posición sobre este  asunto. Mañana puede ser demasiado tarde. El libro puede cerrarse. Y no dejen  que nadie los convenza de que Dios eligió a América como una fuerza divina y  mesiánica para que sea una especie de policía del mundo entero. Dios tiene su  forma de enfrentar a las naciones y juzgarlas, y me parece oír a Dios diciéndole  a América: "¡Eres demasiado arrogante! Y si no cambias tu forma de ser, yo me  alzaré y quebraré la columna vertebral de tu poder, y la pondré en las manos de  una nación que ni siquiera sabe mi nombre. Estate quieta y conoce que yo soy  Dios." 
 Pero no es fácil tomar posición por la verdad y por la justicia. A veces  implica frustrarse. A veces decir la verdad y tomar posición implica caminar por  las calles con un peso en el corazón A veces implica perder el trabajo y ser  objeto de la burla y el escarnio. Y puede implicar que un niño de siete u ocho  anos le pregunte a su papa "¿Por qué tienes que ir a la cárcel tanto tiempo?" Y  hace mucho ya que he aprendido que ser un seguidor de Jesucristo implica cargar  la cruz. Y mi Biblia me dice que el Viernes Santo viene antes de la Pascua.  Antes de llevar la corona, debemos cargar la cruz. Carguémosla, por la justicia,  carguémosla por la verdad, carguémosla por la justicia, y por la paz. Salgamos  esta mañana con esa determinación. Yo no he perdido mi fe. Y no desespero,  porque sé que existe un orden moral. No he perdido la fe, porque el arco del  universo moral es largo, pero se curva hacia la justicia. Todavía podemos cantar  "Venceremos!" porque Carlyle tenia razón "ninguna mentira dura por siempre".  Venceremos porque William Cullen Bryant tenia razón: "La verdad, derribada por  tierra, se levantará otra vez." Venceremos, porque James Russell Lowell tenia  razón: "La verdad está siempre en el cadalso, y la mentira siempre en el trono".  Sin embargo, en ese cadalso se balancea el futuro. Venceremos porque la biblia  tiene razón "Cosecharas tu siembra". Con esta fe seremos capaces de sacar una  piedra de esperanza de la montaña de la desesperanza. Con esta fe podremos  transformar las ruidosas disonancias de nuestro mundo en una hermosa sinfonía de  fraternidad. Con esta fe podremos adelantar el día en el que la justicia fluirá  como agua, y la probidad como un potente torrente. Con esta fe podremos  adelantar el día en que el león y el cordero yacerán juntos, y cada hombre se  sentará bajo su propia vid y bajo su propia higuera, y nadie tendrá miedo porque  las palabras de Dios lo han predicho. Con esta fe podremos adelantar el día en  que en todo el mundo podamos tomarnos de la mano y cantar las palabras del negro  spiritual "¡Libres al fin! ¡Libres al fin! !Gracias Dios todopoderoso, al fin  somos libres!" Con esta fe cantaremos, de la misma manera en que nos preparamos  para cantar ahora. Los hombres transformarán sus espadas en rejas de arado, y  sus lanzas en hoces. Y no se alzarán nación contra nación, ni estudiarán mas la  guerra. Y yo no se ustedes, pero yo nunca mas estudiaré la guerra.
 Notas 
 [1] Se refiere a las protestas contra la segregación en las cafeterías, en  las cuales los negros sólo podían comer en la barra.
 [2] Los Viajes de la Libertad consistían en ómnibus con negros y blancos que  recorrían los estados del Sur, en protesta por las políticas de segregación en  el transporte público.
 [3] En 1965 se realizó una serie de marchas desde la ciudad de Selma hasta la  de Montgomery, ambas en Alabama, para pedir por los derechos de los votantes  negros. La policía y los gobernadores trataron de suspenderlas y hubo una  violenta represión. Jim Clark era el sheriff de Selma, y Bull Connor un político  y policía de la misma ciudad 
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