Brevísima crónica de un primero de mayo que me pertenece.
Últimamente durante el primero de
mayo no llueve, antes, cuando mi padre Segundo Ures pertenecía a la aguerrida
organización sindical FESINLARA, llovía sin compasión, y sobre aquellas calles barquisimetanas
convertidas en ríos, marchaban los obreros y sus consignas rasgaban la
incesante tormenta hasta llegar empapados a la antigua Casa Sindical.
Tendría yo alrededor de cinco
años de edad, o tal vez seis… hoy tengo cincuenta y uno, cuando a despecho de
mi madre, papá me llevó a la marcha. ¡Impresionante el conglomerado de gente,
impresionante aquellos rostros iracundos que recuerdo como el tráiler de una
película ¡ Que pretendía mi padre? acaso darme una primera lección de
comunismo?...creo que mi querido viejo lo logró, porque aquella imagen se me
hizo imborrable y cada primero de mayo la recuerdo junto a la añoranza de la
iniciación del periodo de lluvias, las lluvias de mayo como decía mi abuelo
Juan Bautista Villegas.
Como olvidar aquel episodio, si
mi padre me levantó en sus hombros, él, marchando junto a sus camaradas,
gritando y yo como bandera. En aquella oportunidad se presentó una escaramuza
con los sindicatos controlados por el gobierno y la orden fue correr a
protegerse de los cabilleros. Papá corrió hacia el estadio Daniel Chino
Canónico junto con un grupo numeroso. Sé que fue hacia allí porque un día, ya en
mi juventud, al pasar por ese emblemático estadio, los recuerdos vinieron de un
girón. Al llegar a una de las paredes de
aquel, para entonces, majestuoso coloso deportivo, donde después vi a Brand
Alyea, uno de los importados del Cardenales de Lara, batear jonrones a placer,
mi padre me alzó y otros compañeros ya parapeteados en la pared me lograron
asir de un brazo y con la ayuda de otros fui a parar a la parte interna del
estadio, con la incertidumbre a punta de llanto por no saber donde estaba mi
papá en medio de aquel alboroto. Las cosas allí se calmaron, más cuando vi a mi
padre resurgir entre la multitud.
Tal vez alguna sanción de la
célula donde militaba mereció por aquel atrevimiento, pero a la que más le
temía era a la de mi mamá, porque me dijo con firmeza: A tu mamá no le cuentes
ni así de esto. Acto seguido me dio un helado, para aquel tiempo “un polo”, suficiente compensación para pasar por
alto en aquel momento el susto, pero no así el tesoro de los más bellos
recuerdos de mi papá, el dirigente sindical de la VICSON, el mismo que un día
fue apresado por la Digepol y el que se
nos marchó un treinta de enero de 2006 con su dignidad de indio intacta.
Luego yo seguí asistiendo a las
marchas, ya como dirigente revolucionario, como dirigente estudiantil. Incluso,
aquel episodio en el que injustamente se me atribuyó una agresión al hoy
difunto Pedro Morle, cosa que no fue así, pues cuando se dio esa otra
escaramuza donde me encontraba yo como padre, cargaba bajo mi protección a mi
hijo Nelson Ismael, repitiendo la lección. Hoy los familiares de Pedro no sé si
siguen creyendo que fui yo el de la agresión, pero poco importaba a quien se
acusaba en aquellos tiempos, igualmente tormentosos, y más si se trataba de
un personaje público como era mi caso.
Pese la virulencia del momento, la rudeza de las consignas, puedo afirmar que
en todo mi trajinar político la
violencia no ha sido mi inclinación preferida.
Este primero de mayo de 2012 no llovió, pero los recuerdos mojaron
la morada de mis tiempos y una nueva Ley del Trabajo se firmó con la rúbrica de
un Presidente humano, a quien se le quebró la voz por toda la historia que lleva
sobre sus hombros al anunciar la buena
nueva para la Clase Obrera venezolana. Gracias Comandante Chávez por sembrar
esperanzas en los surcos que han trazado con su sacrificio los explotados de
esta patria.
Así como mi padre me llevó en hombros aquel primero
de mayo, la historia lo toma a uno en su brioso cabalgar. Algo del eterno
retorno salpica nuestros días.
Nelson Ures
Mayo 2012.
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