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viernes, 3 de febrero de 2012

Aporte para los encuentro temáticos_enviada por Luis E Gavazaut_militante revolucionario

APROXIMACIÓN A LA COMUNA SOCIALISTA DEL SIGLO XXI [1]

Por: Luis Enrique Gavazut

De acuerdo con el análisis marxista de la historia, la explotación del hombre por el hombre, que deriva en lucha de clases, es el motor del aparato productivo de la sociedad. Según esta postura, la historia tiene un sentido teleológico, cual es el de aumentar indefinidamente sus “fuerzas productivas”. Cuando un determinado estadio o forma histórica de la lucha de clases ya no es suficiente para garantizar el aumento de las fuerzas productivas que el crecimiento de la sociedad demanda, entonces se produce una ruptura traumática con ese estadio para dar paso al siguiente. Así explican Marx y Engels por qué de la sociedad esclavista se pasó a la sociedad feudal y de ésta a la sociedad capitalista. Y también con base en esos mismos postulados, pronosticaron el tránsito de la sociedad capitalista a la sociedad socialista y luego de ésta a la sociedad comunista. El constructo clave subyacente a esas interpretaciones de la historia es el de “fuerzas productivas”.

Quizás por eso es que Marx concedió tanta importancia a la producción, erigiéndola en el pilar fundamental de su visión científica de la sociedad, concibiendo como la clave para la transición al siguiente estadio histórico la sola transformación de las relaciones de producción capitalistas, las cuales deberían pasar de la lógica explotadora obrero-patronal a la lógica emancipadora socialista, mediante la erradicación de la propiedad privada del capital (medios de producción) y de la división social del trabajo. Para Marx la lucha de clases –que en ese entonces era prácticamente sinónimo de lucha obrera- constituía el mecanismo principal para lograr esa ruptura con las relaciones de producción capitalistas.

Ahora bien, la lucha de clases pierde poder explicativo de la historia cuando se aprecia que la explotación del hombre por el hombre en la sociedad va más allá de las relaciones de producción obrero-patronales. La explotación en Marx es un fenómeno netamente capitalista; pero en realidad no es así, pues hay explotación en el hogar, en la iglesia, en la comunidad; es decir, en contextos donde no existen las relaciones de producción capitalistas. De hecho el principal explotador en la sociedad humana no es la empresa privada, sino el Estado, dado su carácter de principal organización productora/distribuidora de bienes y prestadora de servicios, así como por ser el principal accionista de todas las empresas capitalistas, en virtud de la tasa de impuestos. En sociedades como la venezolana, el Estado es de hecho la principal corporación productiva, así como el más grande empleador de todos; por lo tanto, el Estado es el más grande patrono explotador contra el cual habría que rebelarse; esto siguiendo a Marx, por supuesto, y su lógica de la lucha de clases obrero-patronal o proletario-capitalista.

En todos los intentos que ha habido de lograr la transición del capitalismo al socialismo y, más allá, al comunismo, se ha caído en el error de creer que la sola transformación de las relaciones de producción obrero-patronales al interior de las organizaciones productivas de la sociedad, bastaría para expandir las fuerzas productivas y garantizar la satisfacción de las necesidades humanas de todos los miembros de la sociedad. La consecuencia ha sido, invariablemente, la misma: el desplazamiento de la explotación privada por la explotación estatal y del capitalismo privado por el capitalismo de Estado.

El problema, a mi modo de ver, es que en todo esto de la historia y sus tendencias, se ha perdido de vista un miembro fundamental de la ecuación socio-económica, que es el relativo al mercado. Ciertamente la producción y sus formas explotadoras constituyen una aberración fundamental de la sociedad, pero no menos aberrante resulta el mercado y su lógica irracional de intercambio. No puede desvincularse la producción del mercado, pues ello sería desvincular el producto del consumidor al cual está dirigido.

La razón que explicaría, a grandes rasgos, el fracaso de los intentos históricos de alcanzar el socialismo pleno, sería entonces el haberse ocupado de transformar las relaciones de producción, pero descuidando por completo las relaciones de intercambio u ocupándose de ellas de una manera errada. Esa miopía histórica es extrapolable al sujeto, quien ha sido concebido casi exclusivamente como trabajador u obrero explotado, desatendiendo totalmente a su rol como consumidor dependiente del mercado.

Naturalmente, lo anterior ha favorecido los intereses de las élites dominantes, dado que les ha garantizado un inmenso mercado de consumidores para la más variada gama de sus productos y servicios generados con la fuerza de trabajo de esos mismos consumidores, por la cual pagan un precio irrisorio en comparación con lo que le cobran por los productos y servicios que simultáneamente les venden.

Por lo tanto, la ecuación completa de la explotación del hombre por el hombre no solamente debe incluir el término de la plusvalía que obtiene el patrono a expensas de sus obreros, sino además el término de la plusvalía que obtiene ese mismo patrono de sus consumidores (que por lo regular incluye a sus propios obreros).

Los proletarios han favorecido los intereses del capital en esa doble vertiente: como trabajadores y como consumidores. Y hoy en día, una mejor explicación de la incapacidad de la sociedad para satisfacer las necesidades humanas de todos sus miembros es la dependencia del mercado. Es por eso que me atrevo a plantear que en la actualidad, de cara al Socialismo del Siglo XXI, la lucha de clases tiene que ser para independizarse del mercado, tanto o más que del patrono.

Hasta antes de la Segunda Guerra Mundial, el sistema capitalista mundial dependía de las masas proletarias por su aporte como trabajadores; pero ahora, con la mecanización, la automatización y la robótica, la realidad es otra. La fuerza de trabajo de las masas ya no es tan necesaria.

Interesantes tesis como la planteada por Susan George, en su extraordinaria obra “Informe Lugano. Top Secret. Cómo preservar el capitalismo en el siglo XXI”, publicada en 1999, aseguran que los grandes males sociales de hoy día, como el hambre, la guerra y las enfermedades, obedecen a un plan premeditado de las élites para reducir la sobrepoblación habida cuenta de que gracias a la innovación tecnológica ya no la necesitan tanto como antes; todo ello con el fin de disminuir la sobrecarga del medio ambiente y la sobreexplotación de los recursos naturales, principalmente los energéticos, de tal suerte que el sistema capitalista siga siendo viable. Según esta tesis, la sobrepoblación fue un mal necesario, que ahora mediante un plan macabro pretenden las élites corregir. El punto flaco en esta hipótesis, no obstante, es el hecho de que todavía los principales exponentes de la élite planetaria se oponen rotundamente a la adopción de medidas profusas de control de la natalidad (como es el caso del gobierno de los Estados Unidos y el Vaticano).

La explicación está, a mi juicio, en el hecho de que el sistema depende de las masas por su aporte como consumidores; estando aquí la respuesta al por qué las élites contemporáneas siguen fomentando la sobrepoblación, amparándose principalmente en preceptos religiosos, pese a que está científicamente comprobado que la sobrepoblación es altamente perjudicial para la sustentabilidad ambiental de la empresa humana.

El intento de subvertir el sistema capitalista mediante el control de las fábricas o de la banca no conducirá al socialismo, porque esas fábricas y esos bancos continuarán funcionando dentro de la misma lógica capitalista del intercambio, es decir, dentro de la dictadura del mercado (en el caso de la banca la dictadura del mercado financiero, donde opera la lógica de prestar dinero a cambio de un interés). Pero hay una forma de romper con esa dictadura y no es otra que controlando el consumo. Ya no se trata solamente de controlar la producción, sino que además hay que controlar el consumo. Si se logra controlar el consumo planificadamente, se destruye la lógica del mercado y se derrumba el sistema capitalista. Esto puede lograrse, en mi opinión, mediante los que he dado en llamar: “monopsonios endógenos comunitarios” o “monopsonios comunales productivos”, los cuales bien pueden servir de modelo para la comuna socialista del siglo XXI.

Pero antes de entrar a explicar esa propuesta, voy a plantear el siguiente ejemplo de cómo el capitalismo depende del mercado, mucho más que de la fuerza de trabajo. Supóngase que Ud. vive en una comunidad de, digamos, 20.000 habitantes. En esa comunidad hay un supermercado cuyos dueños viven en Portugal. Esos 20.000 habitantes compran en ese supermercado capitalista por diferentes razones, algunas aparentemente racionales (como los precios competitivos de las mercancías) y otras francamente irracionales (como la seducción de la moda o el efecto de la publicidad o, incluso, el “caché” que da el comprar en ese supermercado). El margen de comercialización, es decir, el excedente que pagan los consumidores por sobre el costo de producción de las mercancías, va a parar a manos de los dueños del supermercado, los cuales ni siquiera viven en esa comunidad. Todo ese dinero, que puede ser, por ejemplo, del 10% de los ingresos brutos mensuales de esos 20.000 consumidores, es un costo para la comunidad, pues no le retorna beneficio alguno, ni en el presente ni a futuro.

Los dueños del supermercado, que obtienen de esa comunidad –suponiendo salario mínimo promedio- algo así como Bs. 800 x 10% x 20.000 = 1.600.000 bolívares mensuales, resulta que han contratado una plantilla de trabajadores, la cual ni siquiera está totalmente integrada por miembros de esa comunidad, sino que bien podría distribuirse en algo así como un 60% de trabajadores de comunidades circunvecinas y más alejados aún, y un 40% de trabajadores (usualmente los de menor remuneración) de la comunidad donde se encuentra ubicado el supermercado. Suponiendo que la plantilla es de 100 trabajadores, se tendría entonces el caso de 40 miembros de la comunidad que se benefician del supermercado al obtener un salario mínimo (al que habría que descontarle la cuota de ganancia de los dueños que también dejan en el supermercado al comprar allí las mercancías que necesitan para vivir); por lo tanto, el beneficio de la comunidad, por el lado de los trabajadores empleados por el supermercado, sería algo así como (Bs. 800 – 80) x 40 = 28.800 bolívares mensuales.

El supermercado no beneficia a la comunidad con las mercancías que le proporciona, porque la comunidad paga por ellas el costo; en tal sentido, el supermercado no le está regalando nada a la comunidad y, por lo tanto, las mercancías que le suministra no son más que el medio para que los dueños extraigan un beneficio particular de esa comunidad, y no al revés.

El resultado neto es que los dueños del supermercado dependen de esa comunidad, como mercado, en alrededor de Bs. 1,6 millones, y como fuerza de trabajo, en alrededor de Bs. 0,029 millones; por lo tanto, la comunidad es para el capitalista principalísimamente un mercado y no una fuente de fuerza de trabajo. Los habitantes de esa comunidad, los seres humanos que allí viven, solamente le interesan al capital por su rol como consumidores… ya casi ni siquiera como trabajadores.

Más patético aún es el caso de comunidades cuyos habitantes prefieren comprar en un supermercado que está localizado fuera de su localidad, incluso tan lejos como puede ser de una ciudad o suburbio a otra, dado que entonces ni siquiera hay ningún miembro de la comunidad que trabaje allí y además hay que incluir a los precios de las mercancías, los mayores costos de transporte (de los que se beneficia entonces al capitalista que controle el transporte en esa zona, o al que vende autos, al que los repara y al que vende el combustible para que esos autos se muevan).

Es evidente que si esas 20.000 personas se organizaran, podrían optar por conformar una cooperativa de consumo –prevista tanto en la vigente Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, como en la Ley Especial de Asociaciones Cooperativas- es decir, una suerte de economato creado por la propia comunidad para sustituir al supermercado y ahorrarse así sus miembros el margen de ganancia de este último. Esto redituaría en ahorros individuales una cantidad equivalente a 1,6 millones de bolívares mensuales en esa comunidad (suponiendo que en el costo de las mercancías que cobra el supermercado están incluidos también sus costos totales de operación). Más aún, la cooperativa de consumo puede mantener el mismo margen de ganancia, destinando entonces esos 1,6 millones de bolívares mensuales a obras comunitarias o cualesquiera otros fines beneficiosos para todos los asociados, es decir, para todos los miembros de la comunidad.

Tomar una decisión racional como la anterior equivaldría, ipso facto, a un aumento en los ingresos mensuales de todos los miembros de la comunidad correspondiente al 10% del ingreso promedio mensual actual, que es justamente la cifra que cada mes se le regala a los dueños del supermercado. Mientras más actividades asuma la comunidad en sus propias manos, tanto mayor será este sencillo, pero contundente, efecto económico.

El efecto neto que se obtiene al constituir una cooperativa de consumo es una concentración de la demanda, una suerte de monopolio de consumo, donde todos los asociados se comprometen contractualmente a consumir los bienes que la cooperativa de consumo ponga a su disposición y no adquirirlos de otros proveedores. Técnicamente, ese tipo de monopolios de consumo se denominan monopsonios. Si a éstos (consumo comunitario concertado) se añade la producción comunitaria concertada de bienes (en la forma de empresas de propiedad/producción social), se estaría en presencia de una auténtica autogestión comunal productiva, conformada por el consumo cautivo comunitario voluntario, así como por el autoempleo comunitario, es decir, por la generación de puestos de trabajo de forma endógena. Unos pocos, pero emblemáticos, ejemplos de las actividades que puede asumir una comunidad en sus propias manos, tanto desde el punto de vista de la oferta (producción endógena) como de la demanda (monopsonio, mercado cautivo), son los siguientes:

- La cooperativa de consumo comunitaria (el economato comunal).

- Un ateneo/club comunitario (el complejo cultural comunal).

- La cooperativa de ahorro/crédito comunitaria (el banco comunal).

- La aseguradora comunitaria (gestión de cartera de valores).

- Un servicio de transporte comunitario (la línea comunal).

- La producción comunal de alimentos (la granja comunal).

- La agroindustria comunal (preferiblemente artesanal).

- El servicio de educación comunitario (la escuela comunal).

En lugar de gastar su dinero a favor de capitalistas extraños, la comunidad se lo gasta en sí misma, de manera autocontenida, obteniendo así un retorno considerable de beneficios, y una reinversión constante en su propia economía endógena.

La comunidad puede formar de su seno todos los recursos humanos que necesita para la realización de sus diferentes actividades productivas endógenas, a través de la autogestión educativa con cupos planificados.

Mientras mayor sea el número de miembros de la comunidad, pueden lograrse economías de escala que hagan su producción incluso más competitiva que la ofertada por los capitalistas foráneos.

Hasta ahora se viene manejando el desarrollo endógeno, básicamente, como un proceso donde un grupo humano se pone de acuerdo para producir. Yo planteo que es indispensable, incluso mucho más importante, que se pongan de acuerdo para consumir. La sola planificación concertada de la producción no basta, se requiere además la planificación concertada del consumo. Es garantizarle a la producción endógena el mercado que necesita para ser autosustentable en el tiempo (no dependiente del paternalismo estatal). Para ello se requieren las comunidades monopsónicas productivas, que me recuerdan a las “comunas” de las que hablaba el finado Ing. Douglas King, o los más recientes “espacios convivenciales de la libertad”, que plantea el Comandante Douglas Bravo, y las innovadoras “comunas” propuestas por el Presidente Hugo Chávez Frías en el Taller Ideológico Práctico celebrado con gobernadores y alcaldes el 6 de diciembre de 2008, donde plantea que es preciso concertar la propiedad, la producción, la distribución y el consumo.

Este concepto aplica no solamente a comunidades, sino también a agrupaciones ad hoc de personas en formas asociativas de diverso tipo, principalmente bajo la figura de cooperativas y organizaciones sin fines de lucro.

La amenaza para el éxito económico del Socialismo del Siglo XXI está, por una parte, en cómo garantizar la supervivencia de sus diferentes formas de producción (cooperativas, empresas de producción social, empresas comunales, etc.) en un entorno de mercado competitivo y, por otra parte, hacerlo evitando el paternalismo estatal, el cual no es sustentable a largo plazo. La respuesta, para Haiman El Troudi, entonces Asesor de la Presidencia de la República Bolivariana de Venezuela -en entrevista concedida a la Revista Cooperativas en marzo de 2007- es adoptar una gama de medidas proteccionistas (subsidios directos, financiamientos blandos, deducciones impositivas, etc.), conjuntamente con la creación de conciencia de parte de los consumidores (“compre venezolano”), el ejercicio de presión de parte de los trabajadores y el boicot de consumo (opinión pública consciente).

En mi opinión, mediante la propiedad social-comunitaria y la producción sin fines de lucro –concepto éste que entraña el logro de competitividad a expensas de la tasa de ganancia y no de la remuneración al factor trabajo - las estructuras de producción socialistas podrían romper con la lógica de la acumulación capitalista y sus relaciones de producción consecuentes; no obstante, todavía quedaría el problema de romper con la “dictadura del mercado”. Las propuestas sugeridas por Haiman El Troudi resultan interesantes a este respecto, pero sin duda no son suficientes, incluso siquiera convenientes, dado que entrañan una insustentabilidad a largo plazo de las estructuras de producción socialistas, las cuales no pueden sobrevivir permanentemente a expensas del paternalismo estatal, ni tampoco confiar en la fidelidad a ultranza de los consumidores inmersos en la lógica del mercado capitalista.

Una posible salida a esta situación podría ser plantear que el colectivo social-comunitario (o sea, una comunidad) no solamente sea el propietario de la estructura de producción socialista (llámese empresa de producción social, empresa comunal, o como sea) necesaria para satisfacer sus necesidades, sino que además dicho colectivo se constituya simultáneamente en el “mercado cautivo” de esas organizaciones productivas (lo que en términos económicos equivaldría a un subsidio por el lado de la demanda, pero sustentable en el tiempo). Cuando los consumidores se ponen de acuerdo y actúan bajo directrices consensuadas, se está en presencia, como ya se dijo, de un monopsonio, vale decir, un monopolio de la demanda. Así, la comunidad, mediante sus propias empresas socialistas, se autoabastecería. Ningún miembro de la comunidad, en su triple carácter de vecino, propietario empresarial comunitario y consumidor comunal, compraría a ningún otro proveedor del mercado los bienes y servicios prestados por las empresas socialistas de su comunidad. Esto no quiere decir que la comunidad va a producir por sí sola la totalidad de los bienes y servicios que necesita, pero sí evidencia que en la medida en que la comunidad produzca la mayor cantidad posible de sus propios bienes y servicios, lograrán sus miembros ahorros cada vez mayores y, por lo tanto, una mayor riqueza individual y colectiva, así como una mayor independencia del mercado. El problema al que se enfrentan las actuales empresas de producción social en Venezuela es que deben competir en el mercado con empresas capitalistas. Esto es así porque su producción está orientada al mercado en general. Si dicha producción se orientase solamente a una comunidad o grupo de comunidades, justamente aquellas que están llamadas a detentar su propiedad, entonces los productos de la empresa de propiedad/producción social ya no tendrían necesidad de competir salvajemente en el mercado capitalista de las marcas, sino destinarse a satisfacer la demanda cautiva existente en la propia comunidad.

La solución antedicha permitiría, en mi opinión, solventar el principal problema que tornó inviable a la autogestión yugoslava. Como lo expresa Lebowitz (2006) en su obra: ”Construyámoslo Ahora: El Socialismo del Siglo XXI”, Yugoslavia “…demostró que el interés personal dentro de una empresa dada no es suficiente. Demostró que la solidaridad dentro de una empresa puede no significar solidaridad con la sociedad y que la incapacidad de resolver problemas en esa relación puede poner límites reales al desarrollo de la gestión de los trabajadores. El interés personal dominaba hasta las relaciones que se intentaron crear entre los trabajadores de distintas empresas, entre trabajadores de varios sectores, entre productores y comunidades. Lo que hacía falta era la solidaridad dentro de la sociedad entera” (p. 81).

A la luz de lo discutido, las empresas socialistas, concebidas por mí como monopsonios comunales productivos, deberían ser una forma de organización productiva que se distinga de otras por las siguientes características fundamentales: (a) ser de propiedad social-comunitaria, (b) producir sin fines de lucro (sin tasa de ganancia), (c) contar con un mercado cautivo comunitario (monopsonio comunal), (d) funcionar bajo formas participativas y protagónicas de organización del trabajo, y (e) dirigir cualquier excedente de operación hacia la inversión social-comunitaria. La conjunción de todos esos atributos define un ente dedicado a la producción de bienes y/o la prestación de servicios, cuya propiedad es de la comunidad, cuyos trabajadores son miembros de la comunidad y cuyo mercado de colocación de la producción es la propia comunidad. Estas unidades de producción socialistas se caracterizan así por conjuntar en un único proceso social la producción, la distribución, el consumo y el poder comunal. En otra ocasión he atribuido estos rasgos a las llamadas Empresas de Producción Social (EPS), pero considero que el concepto es más amplio, por lo cual prefiero denominarlo ahora Monopsonio Comunal Productivo. Si este modelo se utiliza para un conjunto amplio de bienes y servicios de una comunidad, entonces estaríamos en presencia de una interesante aproximación a lo que puede ser la comuna socialista del siglo XXI.

El principio fundamental de la tesis aquí planteada es, simplemente, la vieja máxima de que “en la unión está la fuerza”; pero una unión que vaya más allá de la mera producción, para abarcar el consumo y, por ende, toda la lógica de la economía de intercambio. Bajo este enfoque, no sólo la economía de explotación es el mal a atacar, sino además –y más importante incluso- la economía de intercambio.

Una forma concreta para irnos aproximando a la utopía colectivista auténtica, es precisamente el monopsonio comunal productivo que, sin llegar a romper por completo con las relaciones de intercambio capitalistas, pues sigue imperando la compra-venta como modo de distribución y consumo de la comunidad, rompe sin embargo con la dependencia del mercado de consumo externo a la comunidad –lo que garantiza demanda cautiva y consecuente viabilidad económica a las empresas comunitarias- al igual que lo hace con la dependencia del mercado de bienes y servicios externo a la comunidad –lo que garantiza autosuficiencia de la comunidad en el abastecimiento de las mercancías que necesita para vivir.

De lo que se trata es de crear una suerte de corporación social o comunal, que opere simultáneamente como cooperativa de ahorro y crédito, cooperativa de consumo y cooperativa mixta (de producción y servicios). En lugar de entregar nuestro dinero a capitalistas extraños, lo destinamos a nosotros mismos, el cual nos retorna en la forma de beneficios colectivos. Con mecanismos ingeniosos de demanda cautiva prepago, es posible garantizar el funcionamiento de esta idea.

Ahora bien, si a la lógica de no seguir regalando el dinero de la comunidad a capitalistas externos se suma la lógica del compartir, en lugar de repartir, los bienes y servicios que se necesita consumir, entonces es posible que la comunidad dé un salto cualitativo hacia un sistema de vida más alejado del capitalismo y mucho más cercano a la utopía social.

Con la lógica del compartir, en lugar de repartir, los miembros de la comunidad optimizan el consumo de recursos escasos y, por ende, maximizan la redistribución equitativa de la riqueza entre todos. La comunidad o comuna puede así plantearse la conformación de dos instituciones fundamentales de su nuevo modelo de relaciones socio-económicas: el economato comunal y el depósito de bienes comunales. En el primero, los miembros de la comunidad adquieren todos los bienes que se usan con frecuencia, no se subutilizan o son intrínsecamente de uso personal, como por ejemplo: alimentos de todo tipo, vestido, calzado, artículos de higiene personal, productos de limpieza, artículos de tocador, papelería, mobiliario, horno de microondas, licuadora, batidora, cubiertos, vajilla, lencería, hamacas, colchones, prendas, estufas, entre otros muchos. Por el contrario, en el depósito de bienes comunales, los miembros de la comunidad toman en calidad de uso, y luego devuelven, todos aquellos bienes que no se usan con frecuencia, se subutilizan demasiado o no son intrínsecamente de uso personal, como por ejemplo: herramientas de todo tipo, maquinarias de todo tipo, automóviles, lavadoras, secadoras, aspiradoras, biblioteca, acceso a Internet, computadoras, equipos de sonido, televisores, discman, bicicletas, patinetas, balones, bates, guantes deportivos, ollas de presión, hornos, paelleras, apartamento en la playa (de uso compartido mediante sistema tipo resort), entre otros muchos. Opera en esto la misma lógica que hace que los miembros de un condominio compartan el uso de una piscina o una cancha deportiva, por la sencilla razón de que es absurdo que cada vecino tenga una piscina propia o una cancha deportiva en la sala de su casa. En tal sentido, de la misma manera puede plantearse instalaciones comunales como un sistema central de calefacción de agua, o de suministro de energía hidroeléctrica local, o un sistema central de aire acondicionado para el caso de edificios de apartamentos, entre otras.

La optimización de este sistema estriba en que en lugar de que cada miembro de la comunidad, por ejemplo, compre un taladro; deciden comprar sólo una cantidad reducida de taladros y colocarlos en el depósito de bienes comunales, donde todo el que necesite un taladro va, lo toma, lo usa y lo devuelve, exactamente de la misma manera como funciona una biblioteca pública en relación con los libros. Si la comunidad está conformada por 100 familias, por ejemplo, entonces en lugar de comprar 100 taladros, lo que se hace es comprar sólo 10 y compartir su uso entre todos. Esto optimiza el aprovechamiento de la vida útil de los bienes (en este caso de los taladros). De esta manera, se logra liberar el 90% del gasto en adquisición de taladros de esas 100 familias, las cuales ahora cuentan con una mayor riqueza gracias al ahorro que logran al vivir como parte de una comuna donde operan estas nuevas relaciones socio-económicas.

A través del monopsonio comunal y la producción artesanal en pequeña escala (“hecho a mano”), se puede así mismo ir progresivamente liberando a la comunidad de la dictadura del mercado y la irracionalidad de la constante innovación tecnológica.

La demanda cautiva planificada comunalmente, concepto muy distinto y mucho más viable que la planificación centralizada estatal, garantiza la rentabilidad de la unidad de producción en pequeña escala, sobre todo si la misma opera bajo relaciones de producción donde la competitividad se logra a expensas de la tasa de ganancia y no a expensas del factor trabajo, sumándole además la excelencia artesanal como norma de conducta de la unidad productiva comunal, incorporando poderosos conceptos de gestión organizacional, como el espíritu de cuerpo, calidad total, empoderamiento, equipos autodirigidos y el sentido de pertenencia.

El Estado puede instalar el capital necesario inicial. De allí en adelante, el excedente calculado se destina a la reposición y mantenimiento del capital productivo (activos de la unidad de producción comunal). Los trabajadores se fijan un sueldo digno y renuncian a todo excedente.

El abastecimiento de materias primas puede provenir de fuentes comunales, intercomunales, locales, regionales, nacionales e internacionales. En el caso de fuentes de materia prima situadas a un nivel superior a la propia comunidad, como sería por ejemplo una gran planta procesadora de algodón, éstas también tienen la rentabilidad asegurada bajo este modelo de economía comunal planificada, gracias a la demanda cautiva planificada desde abajo (comunidades, federaciones de comunidades, confederaciones de comunidades, etc.).

La diversidad de marcas puede continuar en este modelo socio-económico, pero ahora serían “marcas comunales”, las cuales serían distribuidas en los economatos intercomunales. Las comunas pueden llegar a especializarse, por ejemplo, la comuna del vino, la comuna del cuero, la comuna del bronce, etc. Esto optimizaría aún más la producción, donde cada comuna se dedica principalmente a aquello para lo que posee mejores fortalezas (clima, recursos humanos, cercanía a materias primas, etc.). Puede darse también competencia entre comunas, pero de una manera sana para el sistema (por ejemplo: la mejor ropa es la de la comuna X, estimulando y enseñando a las demás a alcanzar sus mismos estándares de calidad).

En este modelo las multinacionales no tienen mercado. Los consumidores les dan un golpe de estado desde abajo. La dialéctica de lo minúsculo versus lo gigante, plasmada en la metáfora bíblica de David y Goliat, aplica perfectamente al modelo de economía comunal planificada, donde la actuación consciente de millones de pequeños grupos societales puede destruir el gigantesco sistema de mercado contemporáneo, y a su principal actor: las compañías multinacionales. Nada hay más efectivo contra lo enorme, que lo minúsculo. Ejemplos de esto son muy claros en el caso de los insectos y los virus contra los animales superiores.

Se nos ha hecho creer que una comunidad no puede optar por producir directamente todo lo que necesita consumir, porque eso “no es práctico” o “es inviable”. Pero, ¿Acaso es más práctico o viable que toda una ciudad pierda de cuatro a seis horas diarias de su vida en embotellamientos de tráfico? ¿Es más racional o “práctico” tener que desplazarse grandes distancias todos los días para ir a hacer un trabajo muchas veces absurdo y poco productivo, alienado, rutinizado, embrutecedor? ¿Eso se hace para producir más y mejor? ¿O será que se hace simplemente para mantener ocupada a la gente y que tengan los medios necesarios para ser lo que realmente el sistema necesita que sean: consumidores?

Al capital le conviene que la gente no se conozca ni interactúe entre sí, porque así permanecen en condición de víctimas frente al sistema, siendo imposible que se aúnen voluntades para lograr autonomía e independencia, como sería el caso, por ejemplo, en que un grupo de vecinos se pongan de acuerdo para retirar sus ahorros de la banca comercial y colocarlos en una cooperativa de ahorro y crédito conformada por ellos mismos. La cura está en nosotros mismos, unirnos en pequeños grupos sociales (comunas) y comenzar a actuar autónomamente frente al sistema, saltarnos el mercado y su lógica, así como las relaciones obrero-patronales de producción.

Se trata de una nueva forma de vida, de un sistema de vida centrado en la comunidad, centrado en nosotros mismos, en la unión común, en la confraternidad, en el redescubrimiento de nuestros vecinos, de la noción de hermandad. Una vida que, por ello mismo, requiere adoptar nuevas formas de pensar y contemplar el mundo y la sociedad, sin temores ni complejos, con mucho optimismo y alegría. Para ello se requiere, no obstante, de un cambio de patrones culturales muy arraigados, lo cual es tema de análisis para otra oportunidad.



[1] Este ensayo forma parte de la obra inédita del autor que lleva por título: “El Colectivismo Auténtico y Otros Ensayos Críticos”.

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